Húmedo el corazòn, la ola golpea pura, certera, amarga.
Denrro de ti la sal, la transparencia, el agua se repiten: la multitud del mar lava tu vida y no sòlo la playa sino tu corazòn es coronado por la insistente espuma.
Diez años o quince años, no recuerdo,
llegué a estas soledades, fundé mi casa en la perdida arena, y como arena fui desmenuzando las horas de mí vida grano a grano:
luz, sombra, sangre, trigo, repulsiòn o duizura.
Los muros, las ventanas, los ladrillos, las puertas de la casa, no sòlo se gastaron con la humedad y el paso del viajero, sino que con mi canto
y con la espuma que insisre en las arenas.
Con mí canto y el viento se gastaron los muros
y del mar y las piedras de la costa recogí resistencia, espacio y alas para el sonido, recogí la sustancia de la noche marina.
Aquí primero de la arena, extasiado,
levanté el alga fría ondulada en la ola o el caracol de Chile, rosa dura, sumergida cadera de paloma,
o el ágata marina, translúcida como vino amarillo.
Luego busqué las plantas procelarias,
el firmamento fino de las flores
perdidas en la duna, en la calcárea virginidad rocosa: amé la flora de la ardiente arena, gruesas hojas, espinas, flores de la intemperie, diminutas estrellas invariables pegadas a la tierra.
Sí, las flores, las algas, las arenas, pero detrás de todo el mar como un caballo desbocado en el viento, caballo azul, caballo de cabellera blanca, siempre galopando, el mar,marmita siempre cocinando, el mar mucho más ancho que las islas, cinturòn frenético de tierra y cielo.
En las orillas piedras a puñados, edificios de roca dispuestos contra el mar y su batalla socavados por una misma gota repetida en los siglos.
Contra el granito gris el mar estalla:
invasiones de espuma, ejércitos de sal,
soldados verdes derribando racimos invisibles.
Espesos buzos bajan, militantes de la profundidad;
la nave espera en el vaivén del seno de la ola,
vuelven com un puñado de palpitantes frutos submarinos,
gòticas caracolas, erizados erizos: el buzo emerge de la mitología en su escafandra, pudo bailar con las medusas, quedarse en el profundo hotel de las sirenas,
Pero ha vuelto: un pequeño pescador de la orilla
sale de sus zapatos y es aéreo como un papel o un pájaro.
Rápida raza de mis comañeros, más que el mar es la tos quien los golpea y como en redes rotas sus difíciles vidas sin unidad, Resbalan a la muerte.
El hombre de la costa se ve minúsculo como pulga marina.
No es verdad.
Ha colgado como araña en las piedras, em el erial marino su mansiòn miserable, el hombre de las tierras desdentadas con trozos de latòn,
Aquí están los puertos, las casas, las aduanas:
el hombrecito de la costa elevò las estructuras y regresò a los cerros, a su cueva.
Sí, océano, solemne es tu insistente varicínio,
la eternidad del canto en movimiento, tu coro entra en mi corazòn, barre las hojas del fallecido otoño.
Océano, tu desbordadante copa abre como en la roca su agujero en mi pequeña frente de poeta, y arena, flores duras, aves de tempestad, silbante cielo, rodean mi existencia.
Pero el minúsculo hombre de las arenas es para mí más grande.
Ahora, vedlo: pasa con su mujer, con cinco perros hambrientos, con su carga de mar, algas, pescados.
Yo no soy mar, soy hombre.
Yo no conozco al viento.
Qué dicen estas olas?
Y cierro mi ventana.
Océano, bella es tu voz, de sal y sol tu estatua,
pero para el hombre es mi canto.
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